Acabo de leer que la serie televisiva de Alatriste se ha pegado un batacazo comercial de proporciones considerables. Vamos, que la ha visto mucho menos gente de la que a priori “debería” haberlo hecho. Y digo debería, entre otras razones, porque no entiendo si no cómo algo así ha podido levantar tanto revuelo mediático. En cualquier caso no puedo saber hasta qué punto los televidentes han sido justos o no con la serie, puesto que no he visto ningún capítulo. Aclararé no obstante que en mi caso no ha habido agravio comparativo alguno, ya que apenas veo la tele. Lo hago únicamente cuando me topo con alguna película que probablemente ya haya visto en el pasado y que, por motivos que no vienen al caso, me gusta recordar. Vamos, que pertenezco a uno de esos especímenes en vías de extinción que siguen alquilando DVDs en un videoclub (puede que porque no le veo tantas ventajas a hacerlo todo desde casa, ya que me acaba molestando el olor a cerrado).

Pues bien, el señor Pérez-Reverte, autor de las novelas en las que está basada la serie, además de escritor de sobrada fama e indiscutible competencia profesional (su trabajo te puede gustar más o menos, pero no escribe nada mal), ha arremetido contra los responsables de su realización, así como contra sus programadores. Y es que, entre otras cosas, no le ha gustado nada que emitieran uno de sus capítulos justo después de un programa donde aparecía Belén Esteban. Asimismo, tampoco le han convencido muchos aspectos de su producción, apuntando de pasada a cuestiones relativas a la fotografía (según él salen muchos “colorines”) o al escaso rigor histórico del que adolece el guión.
Pues bien, ningún problema. Está claro que el señor Pérez-Reverte puede juzgar la serie como quiera (de hecho dudo bastante que se haya callado alguna vez con respecto a algo), del mismo modo que yo soy también libre de opinar sobre dicha opinión. Y es que aunque admita estar haciendo un juicio algo temerario, yo creo que, simple y llanamente, al señor Pérez-Reverte le jode que un producto televisivo estrechamente vinculado a su persona se haya estrellado con la audiencia. Lo que no me explico muy bien es cómo una mente tan supuestamente lúcida como la suya se ha podido coger por eso una pataleta tan absurda.

De hecho, y ya que estamos, me voy a despachar un poco con él porque he leído muchos de sus artículos de opinión en el suplemento semanal de El Correo y, casi por encima de cualquier otra consideración, y asumiendo que ahí suele inocular premeditadamente bilis de más, siempre me ha llamado la atención el tono de superioridad moral que emplea en todo lo que afirma. De hecho, a su entender en este país sólo se salvan sus amigotes de la RAE y cierto mundillo cultureta, un sector de sus amadas Fuerzas Armadas, otro del ambiente marítimo que tanto le maravilla, y algunos personajes anacrónicos de la otra España (fuera ésta la que fuere), además de, por supuesto, su querido Javier Marías y él mismo. En su opinión el resto somos todos tontos perdidos, vagos incurables, chorizos, iletrados, envidiosos, cobardes y/o impresentables cretinos indignos de cualquier aprecio. Vamos, unos completos desechos humanos de la cabeza a los pies.

A mi modo de ver el problema es que llega un momento en que los gurús sociales que cosechan tanto éxito como él, y para quienes todo el mundo ha de guardar fervoroso silencio cada vez que van a ponerse a predicar, no pueden evitar considerarse del todo merecedores de la suerte que les ha tocado. Creen por ello tener pleno derecho para tachar de lerdos e ignorantes a todo bicho viviente que no sepa o conozca, exactamente, justo lo que ellos consideran indispensable saber y conocer para ser una persona como Dios –o sea él– manda.
Y por mucho que yo malviva en las capas más profundas y recónditas del subsuelo literario, e independientemente de que –admito– me gustaría contar con la centésima parte del reconocimiento que ha tenido Pérez-Reverte, creo que padece un serio problema de arrogancia y soberbia. De hecho es algo que suele ocurrirles a los elegidos como él, al haber tenido la inmensa suerte de, en más de una ocasión, haber hecho coincidir en su favor a crítica y público. Y aun no cabiéndome duda de que sea un escritor más que capaz, y hasta puede que una persona muy válida a todos los niveles, creo que a veces le pierde su endiosamiento. Porque insisto que una cosa no quita la otra. He leído tres o cuatro de sus novelas y, aun sin estar entre mis favoritas, sí que me han gustado y entretenido bastante.

Lo que pasa es que hay algo que el señor Pérez Reverte no parece acabar de entender. Es muy posible, por no decir más que probable, que el motivo fundamental por el que la serie de Alatriste se haya estrellado, sea que una buena parte de su público potencial esté hasta los mismísimos huevos del Capitán Alatriste, yo incluido. Y eso que nunca he leído uno solo de sus libros ya que, entre otras posibles razones, el tema me aburre hasta niveles insospechados. Pero ojo, no me ufano de ello, sino más bien al contrario. Es más, no digo con esto que Alatriste sea un personaje aburrido, digo únicamente que me aburre a mí, que a nivel personal no me atrae en absoluto. Lo cual no me impide reconocer que me encantaría que me atrajera muchísimo, al igual que sería divino de la muerte que pudiera interesarme por absolutamente todo lo que existe y ha existido en nuestro universo sideral. Pero lamentablemente para mí, y creo que para todos, eso no es posible. Porque ya puestos, no sólo no me atrae en absoluto esa parte de la Historia de España, sino que hablo ya de la Historia en general la cual, por lo menos en términos comparativos, me deja bastante frío, convirtiéndome así para el señor Pérez-Reverte –supongo– en un ciudadano de ínfima categoría.
Pero ojo, la novela histórica me aburre casi siempre, y de un mogollón para arriba, por mucho que en la actualidad tenga un éxito que te cagas, y por mucho que también sepa que, si me dedicara a escribir ese tipo de novelas, seguramente me iría bastante mejor en términos comerciales (admito que es complicado que me vaya mucho peor).

Y es ahora cuando llegamos al quid de la cuestión: tener éxito no es ni bueno ni malo a efectos de presuponer la calidad de algo o su carencia de ella. Simplemente porque nada tiene que ver una cosa con la otra, de la misma forma que si hablamos de una tía que esté buena hasta el delirio (perdón, de una mujer de físico muy agraciado, por eso de ser políticamente correctos y gilipollas), luego puede ser corta mental hasta niveles que rocen lo infrahumano, pero también tan inteligente que nos parezca sobrehumana.
Pero claro, el señor Pérez-Reverte –que acaba de publicar por cierto una versión reducida del Quijote para así dejarnos claro dónde pretende nidificar su legado– no puede aceptar de ningún modo que su Alatriste se haya quedado sin público. Es más, dudo muchísimo que la mejor o peor calidad de la serie haya tenido algo que ver (casos similares que lo corroboran hay a patadas). Puestos a ser sincero, creo que por mucho que Pérez-Reverte sea un escritor bien dotado (me refiero literariamente porque no lo conozco en la intimidad), y que las novelas del citado personaje puedan estar muy bien, tampoco había motivos “objetivos” para que en su momento cosecharan un éxito tan grande como el que tuvieron (de qué Tele 5 iba a rodar si no una película y una serie de televisión). Así que, por esa misma regla de tres, tampoco hay que buscar ahora motivos “objetivos” o de calidad que nos expliquen por qué la serie se ha descalabrado en el jodido share televisivo. Ha sucedido que, simplemente, el público ha preferido ver a memos en pelotas paseando por la playa, o cualquier otra majadería por el estilo. Son las reglas del juego del éxito y el fracaso, tanto en la televisión como a nivel general, y hay que aceptarlas tanto para bien como para mal. De hecho, por definición, y ya puestos a ser objetivos, lo normal es fracasar y lo raro tener éxito. Creedme porque hablo desde la más puta y recurrente de las experiencias.

Por otro lado, me desconcierta bastante que a Pérez-Reverte le sorprenda que programen la serie justo después de aparecer Belén Esteban, así como que las tonalidades de sus imágenes le resulten de una intensidad chillona casi cegadora. Porque a ver…, qué coño se esperaba si estamos hablando de Tele 5 (cadena honesta donde las haya puesto que nunca ha pretendido ir de lo que no es). ¿Acaso creía que Tele 5 iba producir la serie en plan “Breaking bad” y para ser emitida después de un documental sobre su idolatrado Miguel de Cervantes? Vamos, hombre, ha pasado lo que lógicamente tenía que pasar cuando se venden los derechos de una obra literaria a Tele 5, y no a la HBO (independientemente de lo que cada uno pueda pensar sobre sus respectivas formas de hacer televisión). Además, teniendo en cuenta la catadura de los programas que resultan exitosos en televisión, creo que alguien como Pérez-Reverte debería haber interpretado este fracaso comercial como una especie de triunfo codificado. En fin, que como curtido escritor de “worstsellers” que soy, así como músico que da conciertos de afluencia extraordinariamente contenida, me parece un poco presuntuosa y pueril la reacción de Pérez-Reverte, además de impropia de alguien como él.

Decir para acabar que, particularmente, la novela propia que más me gusta es “Word$”. Pues bien, después de publicar una con la editorial Planeta (pero obviamente sin el éxito de Pérez-Reverte), no sólo tuve que autoeditármela en unas pésimas condiciones, sino que he vendido de la misma una cantidad de ejemplares que flirtea con el más bochornoso de los ridículos. E independientemente de que pueda estar escrita como el culo –por lo menos al comparar mis aptitudes literarias con el buen hacer de Pérez-Reverte–, y de que obviamente haya gozado de una publicidad nula a todos los efectos, tengo también que admitir como posible que el principal motivo por el que no haya vendido una mierda haya sido el simple hecho de que al resto del mundo le importe un carajo aquello sobre lo que escribo lo cual, ya puestos a sincerarnos, me jode un poco porque hace que no sea corriente lo poco que fluye mi cuenta corriente. Pero bueno, qué se le va a hacer. De hecho en el fondo me la fuma, ya que jamás podré interesarme por lo que le interesa al resto del planeta por el simple hecho de que ellos sean muchos millones de personas y yo una sola.
De modo que si haciendo lo que hago, honestamente y porque me motiva e interesa de verdad, tengo éxito, pues de cojones, de verdad que mucho mejor que mejor. Pero si no es así, posibilidad más que factible, seguiré haciéndolo de todos modos porque así por lo menos tendré otro tipo de éxito. Es más, puede que sea éste de una naturaleza que me provoque una íntima e incompartible satisfacción personal que me resulte en el fondo mucho más valiosa y placentera que la derivada de firmar un contrato con Tele 5.