Ayer vi de una sentada (o tumbada mejor dicho, puestos ya a ser precisos) las dos partes de la película que da título a este artículo o crítica que, como cualquier otra, no deja de ser una opinión más sobre las sensaciones que me generó lo que vi. A decir verdad tenía muchas ganas de verla porque había oído y leído de todo con respecto a la misma, asunto sobre el que no me voy a extender demasiado porque creo que es de todos conocido, o por lo menos de todos a quienes pueda interesar mínimamente el buen cine. Y digo bueno porque sobre Lars von Trier se pueden decir muchas cosas –entre las que cabe por supuesto odiar toda su obra–, pero siempre y cuando no se ponga en entredicho que estamos ante uno de los mayores genios que ha dado el cine, refiriéndome aquí no sólo al de los últimos años –lo cual es una obviedad–, sino al de toda su Historia.
Resumiré lo que había oído de la película de una forma muy breve, y creo que bastante elocuente a su vez. Están quienes la aman y los que la odian (repartidos además de un modo bastante equitativo), los cinéfilos que la consideran una verdadera obra maestra y esos otros a los que les parece un ingenioso pero ampuloso y enfermizo arrebato escenográfico plagado de ardides tan tramposos como efectistas, y cuya única finalidad no es otra que incomodar a los espectadores más escrupulosos y tradicionalmente impresionables. Pues bien, aunque parezca una contradicción estoy de acuerdo con ambas posturas. Es más, estoy convencido de lo primero gracias al extremo al que el director ha llevado a cabo lo segundo. Trataré de explicarme.
Dos de los adjetivos que más sonaron cuando salió la película, así como durante su promoción, fueron “provocadora” y “pornográfica”. Bien, de acuerdo, nada que objetar. De alguna forma y hasta cierto punto ambas cosas son ciertas, pero es que eso no me parece que tenga que ser necesariamente malo, ni mucho menos. Y es que lo que probablemente más me ha gustado ha sido que, independientemente de que pueda resultar muy dura e impúdica durante muchas escenas y secuencias, el director consigue más pronto que tarde –por lo menos en mi caso– que vayas olvidando, o por lo menos relegando a un segundo plano, lo más aparente e inmediato, lo mas sórdidamente gráfico y explícito, para acabar incluso empatizando con la exacerbada y depredadora forma con que la protagonista vive su sexualidad.
Entiendo perfectamente que a muchas personas les pueda provocar rechazo la actitud del personaje protagonista con respecto a su adicción, así como las decisiones que toma en muchas de las microhistorias que conforman la película. No obstante, considero que ése es el precio mínimo que el director hace pagar a algunas mentalidades en aras de alcanzar un fin superior, ya que lo que éste pretende en ultima instancia es que el espectador se desprenda de sus más insondables prejuicios para cuestionarse sobre el porqué de ese mismo rechazo lo cual, por lo menos a mi entender, está logrado de un modo tan inquietante como brillante y contundente. Hasta el punto de que, con respecto a la protagonista, uno llega a veces a trascender los sutiles y difusos límites que separan el sentimiento de la compasión del de la compresión e incluso, por qué no, llegando a transitar por fases de profunda admiración para con su insobornable y vehemente postura vital. Y eso es lo que me parece más destacable de toda la película, que la ninfómana te despierta sensaciones tan ambiguas como inesperadas y cambiantes.
Está muy claro que se trata de un personaje extremo y esclavo de su propio egoísmo, por momentos plano, inexplicadamente estereotípico en algunos casos, o incluso cruel y despiadado en muchos otros, pero también defendible hasta el tuétano por la inmensa humanidad que desprende en todo momento (“Humano, demasiado humano”, que diría Nietzche). Porque lo que realmente mueve al personaje no creo que sea tanto su voracidad sexual en cuanto a la urgencia de su impulso fisiológico, que por supuesto también, sino su perenne y desquiciante incapacidad para trascender o sacudirse su propia autoconsciencia. Creo que es eso lo que hace que se rebele de un modo tan radical y desesperado ante una sociedad a la que por otro lado desprecia abiertamente. Lo que pasa es que el autodesprecio al que le conduce dicha rebelión termina al final por esclavizarla en base a un irrompible y eterno círculo vicioso cuyo centro es precisamente el amor que termina sintiendo. Y es que en realidad se trata lógicamente de una película de amor, como no deja de serlo –aunque sea por defecto– cualquiera que toque mínimamente la sexualidad entre humanos, por muy cosificada o utilitarista que sea la forma en que ésta sea exhibida. En la película se habla de que lo que entendemos por amor pasional no deja de ser simple lujuria más celos, y es precisamente cuando la protagonista no logra encerrar todos sus sentimientos en la seguridad que le procura dicha fórmula cuando también se acrecienta exponencialmente su conflicto interior.
Puede que el coito más puramente enamorado sea aquél en el que uno sigue existiendo al tiempo que desaparece en el placer del destinatario de su amor, confundiéndose ambos placeres en uno solo. Por eso la utopía del orgasmo escrupulosamente simultáneo
tiene en mi opinión mucho más que ver con una espiritualidad sensitiva compartida que con una coordinación “pirotécnica” puramente física. Pues bien, la protagonista busca sacudirse o paliar la vastedad de su soledad a través del sexo, a la vez que asume que ésta va a ir volviéndose más y más oceánica conforme vaya aumentando el número de hombres con los que fornica. Y es por eso que incluso puede que esté buscando conscientemente esa misma soledad que tanto teme al mismo tiempo, en una interminable espiral contradictoria que, de alguna misteriosa forma, también la relaja o satisface en términos morales. Y es que creo que no hay nada que procure mayor soledad que cualquier variedad de fingimiento, posibilidad esta última que ella aborrece de un modo casi doloroso en su radicalidad. Por ese motivo trata de autoafirmarse constantemente dando rienda suelta a su insaciable lujuria, convirtiendo ésta en la única bandera o divinidad a la que está dispuesta a rendir pleitesía.
Lo que más me interesa de la forma con que von Trier trata el sexo, es que lo plantea como un acto derivado no sólo de un deseo o insatisfacción latentes o de un profundo amor o desamor, sino también como un acto de humor, integrándolo de forma normalizada en la vida humana, pero sin llegar a banalizarlo o caricaturizarlo en ningún momento, sino casi todo lo contrario. Es decir, valga la posible contradicción, hace del sexo algo tan prosaico, doméstico y rutinario como trascendental. Lo hace en mi opinión con el propósito de reírse abiertamente del sector más machista, hipócrita y biempensante de la sociedad, para el que el impulso sexual resulta más escatológico y vergonzante que cualquier otra pulsión vital.
Entiendo muy bien por qué a muchas personas esta película puede desagradarles o violentarles tanto, si bien el gran acierto de la misma es que von Trier ha estado pensando precisamente en ellas durante toda su factura, desde la primera línea del guión hasta el último plano filmado. Pero no creo que lo haya hecho con el ánimo de ofenderles o incomodarles sino con el de que se cuestionen o replanteen algunas cosas, de que reflexionen observando sus propias cabeza y entrepierna, por lo que ha considerado que, como simple medio, ofender o incomodar estaba plenamente justificado. Porque si el modo en que nos enfrenta a nuestros propios demonios, tabúes y complejos, no hubiera sido tan abierto, patológico, crudo y radical, tan manipuladoramente “publicitario”, la película habría resultado mucho más fallida en tanto en cuanto en este caso la forma se identifica con el fondo de un modo casi absoluto. Es decir, no se puede hacer una buena tortilla sin romper unos cuantos huevos, como tampoco se puede torturar a alguien a base de hacerle simples cosquillas. Además, mucho más que todo eso, el modo en que reta al espectador, convirtiéndolo en una especie de voyeur a la fuerza, es brillante en términos narrativos, genuino en cuanto a su originalidad y, por qué no, yo diría que hasta esperanzadoramente pedagógico, puesto que no deja de ser un intento de que las personas se acerquen entre ellas denunciando la prejuiciosa estrechez de sus semejantes de perfil más reaccionario, pacato y acomplejados. Puesto que mucho más sucio que condenar determinadas supuestas mentes sucias es calumniarlas a pesar de comprenderlas en silencio. Es por eso que las intenciones del autor van mucho más allá que el simple hecho de herir determinadas sensibilidades, pretendiendo despertarlas en un nuevo y revelador sentido, razón por la que se permite la licencia de desgranar un premeditadamente obsceno discurso cuyas consecuencias inmediatas quedan del todo supeditadas al apasionante debate que pretende desencadenar en la mente del espectador.
Y es que para von Trier hay materias, como pueden ser el sexo o el amor, para las que la supremacía estadística, la normalidad democrática bajo la que se refugia el rebaño de la masa, resulta más amoral que cualquier otra cosa. Pessoa llego a decir que sólo hay una cosa más ridícula que una carta de amor, que es no haber escrito una nunca. Del mismo modo, yo creo que para von Trier no hay mayor perversión en el terreno sexual que no tener ninguna, pudiendo ser la mayor de todas ellas el llegar a afirmarlo públicamente, por mucho de cierto que hubiera en ello. De hecho, no me parece trivial ni casual que el confesor o interlocutor de la protagonista sea un hombre adulto virgen y supuestamente asexual, alguien igualmente asocial a quien von Trier caricaturiza y juzga con mucha mayor severidad que al personaje principal. Es como si con esta película el director quisiera erigirse en juez de jueces, diciendo algo así como que tire la primera piedra sólo quien esté libre de un supuesto pecado que, por ende, deja ya automáticamente de serlo en tanto en cuanto no hiera o violente voluntades ajenas.
En ese sentido hay un momento en la película especialmente interesante para mí; aquél en el que la protagonista agradece con justificados argumentos el casto comportamiento de un pederasta reprimido, al cual premia con una felación a modo de palmadita en el hombro, como queriendo recompensar el autocontrol derivado de su concienciación con respecto al daño potencial que su inclinación sexual podría haber infligido. Porque, como nos recuerda la propia película, no hay que olvidar que siendo la sexualidad una fuerza humana tan poderosa, autocastrarla en aras de evitar el sufrimiento ajeno es un loable gesto en el que no suele reparar la mayoría de esa sociedad tan intachablemente “decente”. O dicho de otro modo, no se puede tolerar matar a otro ser humano en ningún caso, de acuerdo, pero puestos a no hacerlo, tienen mucho más mérito quienes por naturaleza o circunstancia sean más proclives a ello.
Las películas de von Trier suelen tener como última finalidad establecer la frontera que separa lo humano de lo que deja de serlo, planteándose incluso si ésta no es a fin de cuentas una ilusión creada por las personas con ánimo de justificar determinadas conductas. En ese sentido –y estoy un poco de acuerdo con él– no existen ni el amor puro ni la pornografía pura, ya que en cualquier película pornográfica la supuesta ausencia de espiritualidad en cualquier acto sexual es en mi opinión el segundo o tercero de los protagonistas de la escena (o el infinitésimo si hablamos de una orgía de gran presupuesto). Fundamentalmente porque el subconsciente del espectador de una película pornográfica trabaja a tope durante la misma (o por lo menos eso he oído;). Pues bien, es precisamente esa difusa frontera entre lo consciente y lo inconsciente, lo innato y lo aprendido, lo animal y lo humano, el límite en el que se desvanecen las ansias de felicidad de la protagonista, una felicidad que podría estribar para ella en un posible autocontrol sexual que ni siquiera sabe si va a compensarle.
Por eso los personajes del padre y la madre de la protagonista son en mi opinión tan importantes. El primero lo demuestra estando presente junto a su hija durante buena parte del metraje. Bueno, por lo menos en términos relativos, ya que con la madre sucede todo lo contrario, apareciendo con cuentagotas y tan sólo para acentuar su frigidez psicológica, así como su constante y deliberado hermetismo. Estoy convencido de que esta película habría hecho las delicias de Freud quien, casi con toda seguridad, la habría condenado no obstante por motivos tan prejuiciosos como frágiles. Pero es que eso es justo lo que más me fascina de la película, que al sugerir tantas cosas, al plantear tantas dudas, al apuntar hacia tantos posibles objetivos sobre los que además nunca se llega a disparar, von Trier no pude fallar el tiro al tiempo que le ofrece al espectador la posibilidad de que, si éste quiere y puede, sólo si se atreve y se ve capaz, sea él quien dispare en alguna dirección desde dentro de su propia cabeza.
Si tuviera que definir la película con poca palabras creo que hablaría de fabula moral contemporánea contada por un genial niño travieso (por muy adulto que sea Lars Von Trier), ya que de alguna forma me da también la sensación de que pretende hacer como si él no fuera el último responsable de lo que ha creado, como si él fuera una mera herramienta a través de la cual se hubiera despertado algo que tuviera vida propia y llevara mucho tiempo dormido. Es más, creo que aquí lo de menos es la verosimilitud del guión o del personaje principal, algo que los guionistas nos obligamos muchas veces a sostener de un modo casi siempre tan funcional como –por ende– inverosímil. A von Trier le da igual todo eso, no le importa que a veces se noten mucho su evidente impostura, las costuras de su creación o lo estilizado, rígido y esquemático que a veces resulta el personaje central. Para él éste está al servicio de un fin mayor: gritar a los cuatro vientos la hipocresía social en la que, en mayor o menor medida, todos estamos enfangados. O dicho de otro modo, si se trata de cuestionar los resortes que cimentan y promueven cualquier tipo de comportamiento humano, para von Trier el fin siempre justifica los medios.
Comprendo igualmente que en cierto modo sea una película que pueda suscitar el rechazo del sector más ferviente y convencionalmente feminista, ya que muchos de ellos o ellas pueden pensar que en este caso el remedio sea mucho peor que la enfermedad, al ser el comportamiento de la protagonista una flagrante prueba del abismal punto hasta el que un cuerpo puede reducirse a la categoría de mero objeto sexual. Sin embargo, en mi opinión toda la película no deja de ser un canto a la libertad de la mujer, por mucho que se la convierta en este caso en un absoluto cliché. Representa para mí una alegoría que describe un itinerario concreto y cerrado que en último término pretende llevar al espectador a visitar otros posibles caminos de entendimiento y comportamiento humanos. O dicho de otro modo bastante más manido y prosaico; trata de plantear muchas preguntas sin dar una sola respuesta inobjetable, algo que a mí personalmente siempre me ha parecido lo más interesante de todo ya que, en caso contrario, una de dos: o la respuesta es una memez de tomo y lomo, o tan obvia que la pregunta en cuestión no merecía la pena ser planteada.
Siempre he creído que el mejor de los cines es aquél que, aunque sea tan leve como fugazmente, nos sacude o zarandea haciendo que nos replanteemos cualquier idea preconcebida. En este caso creo que ver esta película vendrá bien a todo adulto que lo intente, sobre todo a quienes no acaben de conseguirlo ya que, como poco, hará que se pregunten en su fuero interno hasta qué punto piensan lo que piensan por algo tan arbitrario y banal como la inercia existencial.
En fin, que con Lars Von Trier me pasa una cosa bastante curiosa, y es que casi siempre me sorprende a pesar de saber de antemano que voy a ser sorprendido, lo cual en cualquier otro caso podría restar impacto al efecto del sacudimiento previsto. Y eso sólo lo consiguen brillantísimas mentes que suelen ir varios pasos por delante del resto de mortales, por muy sórdidos y tenebrosos que para algunos resulten los caminos a los que dichos pasos terminen condiciéndonos.
A modo de confesión particular, sólo me queda decir que con este autor y director me pasa un poco como con buena parte de las canciones de David Bowie. Cuando me pongo a escribir con la guitarra o sobre el papel en blanco, y pienso por ejemplo en “Life on Mars” o “Melancolía”, mi reacción no suele tener término medio: o me rebelo contra mi mediocridad enconándome por tratar de crear algo que por lo menos no resulte ridículo en términos comparativos, o me planteo por el contrario dejar para siempre de intentar escribir cualquier cosa. Pues bien, al final nunca hago nada de eso, sino que suelo decantarme por una reacción intermedia. Esto es, termino llamando a algún amigo para tomar unas cañas y darle un insufrible coñazo sobre el porqué de la genialidad de los genios. Así que voy a hacer un poco como la lujuriosa protagonista de esta película, y voy a tratar de curar en parte mi adicción a la envidia gritándola a los cuatro vientos.
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