En cuanto a la comunicación entre dos personas, creo que cualquier tecnología debería servir para paliar los inconvenientes resultantes de la imposibilidad práctica de que dichas personas puedan hablarse cara a cara y compartiendo un mismo espacio físico. En cuanto esa misma tecnología es utilizada para evitar o postergar indefinidamente dicha posibilidad de un modo más o menos sutil o encubierto, es cuando en mi opinión la tecnología se vuelve del todo alienante, e incluso contraproducente. Porque la frontera entre la realidad virtual y la más narcotizadora, deshumanizada y engañosa irrealidad, no sólo es difusa, sino también variable en función de los complejos, miedos y carencias de las personas. En ese sentido, la manipulación parte siempre de uno mismo y es para con uno mismo, y creo que en la actualidad avanzamos irremisiblemente en esa perversa dirección. De tal modo que si tuviera que escoger entre comunicarme poco o tener la “ilusión” de comunicarme mucho, escogería siempre lo primero, aun siendo muy consciente de que al difundir este mensaje por este medio yo mismo esté cayendo en el más flagrante de los contrasentidos, puesto que un supuesto medio de comunicación que permite a sus usuarios lanzar la piedra y –de algún modo u otro– esconder la mano, está abocado a convertirse, antes que nada, en un vertedero –y al mismo tiempo paritorio– de anhelos y frustraciones individuales.

O dicho de otro modo, creo que la realidad virtual es a la verdadera comunicación lo que leer sobre un determinado cantante a escuchar sus canciones. La cuestión sería entonces si merecería o no la pena seguir leyendo sobre él si uno sospecha que nunca va a poder escuchar su voz. Y admito que en ese sentido cada persona es un mundo, y por consiguiente muy libre de obrar como prefiera, si bien creo particularmente que en dicho caso yo acabaría obsesionándome incluso con la necesidad de tener que escuchar al cantante siempre en directo, lo cual –y puestos a continuar con el símil propuesto– vendría a ser algo parecido a ansiar “tocar” a todos y cada uno de mis interlocutores virtuales. Y es que siempre he pensado que intercambiar o compartir información con otra persona, es muy diferente a comunicarme con ella.

Y ya puestos a plantear otros posibles símiles, yo diría que Facebook es a la perfecta comunicación lo que follar a hacer el amor: en un caso se busca más el propio placer a través del sexo o de una determinada sensación de compañía, mientras que en el otro es necesaria una constante y retroalimentada reciprocidad de las personas implicadas. Es decir, por un lado son cosas muy parecidas pero por el otro también esencialmente diferentes, lo cual a priori no tiene por qué ser necesariamente malo, pero sí, reitero, muy distinto. Y partiendo de la base de que es misión del lenguaje buscar la forma de describir la realidad lo más precisamente posible, si utilizamos las mismas palabras para designar cosas tan distintas, entonces éstas pierden casi toda su razón de ser al servir más para confundirnos que para hacernos entender.

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